Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas.
Pablo Neruda

lunes, 3 de octubre de 2011

El entierro


Es increíble la cantidad de pensamientos que te pueden acosar caminando en un cementerio. Perderte sin rumbo entre las tumbas, imaginando cuántas historias te rodean, cuántas aventuras, cuántas experiencias, cuánta sabiduría acumulada en años de vida que fueron a parar aquí. Fermentándose bajo un montón de tierra, como formando parte de un compendio, las historias yacen pegaditas una al lado de la otra y una encima de la otra, llenando el espacio como si fueran árboles en un bosque. Un bosque olvidado que poca gente frecuenta por miedo a la nostalgia, al recuerdo y al pasado.

Pareciera simplista pensar que la vida de las personas se termina aquí, como si tantos minutos transcurridos en este universo se esfumaran de pronto, así tan de repente, como abrir y cerrar los ojos. Cuesta trabajo creer que eso sea la vida. Algo tan efímero, tan fugaz y sin sentido, como abrir y cerrar los ojos. Tal vez sea que llevas algo de cada uno de esos seres dentro de ti, en algún lugar escondido, perdido dentro de alguna mirada, en un gesto, en un pensamiento que se superpone al que alguno de ellos tuvo alguna vez. Ellos viven en ti y la muerte no es un punto final sino un punto y aparte, un ciclo que termina pero otro que comienza, tal vez, uno mejor. Estar aquí significa comulgar con una transición, es cerrar un círculo para darle vida a otro.

¿Sera tu cultura heredada la que te hace venir? Esa cultura adoradora de la muerte, la de los que no le temen, los que se ríen con ella, conviven con ella y, a veces, hasta comen con ella. La que te hizo darte cuenta que la muerte está contigo a diario, respirando tu aliento, observándote todo el tiempo, sonriéndote, acostándose contigo cada noche y tú haciendo como que la olvidas, como que no pasa, como que no existe. Darte cuenta que compartes tu existir con ese espectro cadavérico, te obliga a vivir, a llenarte los ojos de luz y de vida, de días soleados y de noches estrelladas, de amores y de risas, de poemas y de música.

Es duro enterrar a una persona. Venir a dejar a ese alguien y aceptar que no la vas a volver a ver, enterrar tus recuerdos, enterrarlos con lágrimas. Esta vez tu naturaleza se contrapone a tu necesidad, esta necesidad que tienes de enterrarlo, de olvidarlo y dejarlo atrás. De echar un muerto al pozo y tú irte al gozo. Olvidar como tantos otros que vienen, entierran y se van sin volver jamás. Se van a vivir. Y cuando sientes que no puedes más con la carga de esos momentos que quedaron pendientes y que acosan tu vida y ensombrecen tu día, asistes a este entierro.

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