Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas.
Pablo Neruda

domingo, 12 de junio de 2011

When I look back on my ordinary, ordinary life… Jamie Cullum

Advertencia: Las identidades verdaderas de los personajes de esta historia han sido modificadas para proteger su privacidad.

No sé cómo he llegado hasta aquí, tengo seis meses de vivir, sentir, llorar, amar, bailar, cantar, reír, todo intensamente. Me gusta imaginar mi vida como un cuento de aventuras. Un libro con diferentes episodios como el del concierto de la Tout Puissant Orchestre POLY-RYTHMO, el capítulo del judicial galáctico, el del viaje en velero hasta Ibiza, y algunas otras historias que debo censurar por ser contener un exceso de travesura. Soy una exagerada, y me divierto siempre añadiendo los ingredientes de picardía o espontaneidad necesaria a mis aventuras para convertirlas en historias fantásticas y luego revivirlas cuando las comparto con mis amigos y saborearlas de nuevo.

Hace un par de fines de semana viví otra aventura, fue algo muy particular para mí porque no involucro ningún co-estelar, solo fui yo. Tal vez sea solo una impresión, pero creo que en esta sociedad que tiene impregnada la cultura de Walt Disney hasta el tuétano, la ausencia de un co-estelar puede resultar a los interlocutores pesado y aburrido. Aunado también al hecho de que hablar de mi me resulta tremendamente lánguido (ojo, no así escribir de mí). Es por ello, queridos lectores, que son ustedes quienes sufrirán el lánguido relato que me dispongo a contarles.

Todo comenzó hace un par de meses cuando compre un boleto para el concierto de un simpático y joven jazzista inglés de nombre Jamie Cullum (este nombre no ha sido alterado, porque él ya es un personaje público). Esta vez no compre dos boletos como suelo recurrentemente hacer cuando voy a conciertos. El motivo principal fue porque el evento se desarrollaría en un lugar muy muy muy lejano de Paris (aproximadamente 300km) llamado Coutances. Encontrar un incauto(a) para ir a un concierto cualquier noche en Paris es fácil, pero encontrar un incauto(a) que se quiera levantar temprano para conducir tres horas de autopista para ir a un concierto y regresar padeciendo tres horas de autopista antes de llegar a su cama puede resultar una misión un tanto más complicada. Así es que esta vez fue solo uno, un único boleto.

El sábado me desperté tarde, tardísimo. Sin ducha ni desayuno, salte sobre mi auto rentado que azarosamente resulto ser un SMART. Los SMART tienen un velocímetro que llega a 160km/hr. Yo he manejado diferentes automóviles, no es por presumir, casi siempre a velocidades vertiginosas. Si, debo aceptarlo, me gusta la velocidad. Cuando a un auto le “duele” la velocidad a la cual lo aceleras empieza a temblar, a hacer ruidos raros y sientes que la carrocería va a comenzar a desprenderse en cualquier momento. A mi pobre SMART lo levante hasta 150km/hr (y puede ser que un poquito más) sin ninguno de estos síntomas, solo así pude llegar justo a tiempo al concierto.

Una vez en el sitio indicado, encontré una fila enorme que le daba la vuelta a dos cuadras del diminuto centro de la pequeña ciudad de Coutances. Yo, como soy una persona que detesta hacer fila, decidí sentarme tranquilamente a tomar una cervecita y fumarme un cigarrito mientras todos los estresados parisinos y el resto de los integrantes de la fila llegaban plácidamente a sus asientos denominados “placement libre”. Una vez terminada la cola, Merypi entró tranquilamente y se sentó en un pasillo de escaleras, por lo que la vista era espectacular y podía ver a mi novio Jamie en su máximo esplendor.

El concierto no pudo comenzar mejor: una canción de Sinatra (¡caray, como me hubiera gustado haber podido ir a un concierto de Sinatra!): ”Kick out of you”. Cuando la segunda canción de un concierto es tu favorita, sabes que ese concierto no lo olvidarás nunca. “Mind Trick” fue la segunda canción. Yo pude haber escrito esa cancion: “I miss the opportunity to make you stay with me” y después viene la cura de todo amor frustrado, ¿cuál? MÚSICA, ¿hay algo más?

Sin duda el concierto fue siempre en aumento de calidad. Jamie tocó “What a difference a day made” y termine derritiéndome. No me pude contener un minuto más y no pude hacer otra cosa que gritarle “I love you Jamie!”. Es curioso el efecto de Fernando Delgadillo y Jamie Cullum cada vez que les grito esto en sus conciertos, siempre responden: “me too!” Siempre pasa lo mismo, es como si estuviera todo ensayado: yo grito, ellos responden, se escuchan las risas del público y segundos después miles de “me too” y “me too” de toda la bola de poco creativas admiradoras que al escuchar mi expresión de mucho afecto y poca censura deciden volverse extrovertidas tan de repente…

Twentysomething” no se hizo esperar, así como tampoco el “after years of expensive education” I’ve realized that “the world don’t need scholars as much as I thought”… Sigh!

Jamie toco como siempre y como nunca. Siempre tan espontáneo, descendió del esenario en medio de la audiencia junto con toda su banda a tocar una canción. Fue simplemente maravilloso. Justo a medio concierto canto esa canción que relata la historia de una persona que está sola frente al mar, solo con sus pensamientos. Sin amigos, sin teléfono, bebiendo y durmiendo solo. En realidad el concierto fue tan mío, como no pudo haber sido ningún otro. Me canto mi canción: “And the wind cries Mery” y yo sintiéndome “the weeping queen” buscando a su “king without wife”.

Por último canto la mejor canción que se haya escrito nunca jamás: “Under my skin”. Para este entonces yo ya estaba en un estado indescriptible de éxtasis total...

Muriendo de hambre y al mismo tiempo abochornada por la cantidad de personas que se pudieron esparcir en la reducida plaza central del ya muchas veces aludido Coutances me dirigí a comprar un gran jugo de frutas y una bandeja de sushi que lleve directamente al carro para comerme en algún sitio alejado de la civilización con un cielo azul en frente de mí y un horizonte amplio, despejado pero sobretodo, verde. Satisfecho el apetito, decidí hacer lo que más me gusta hacer en la vida: ¡conducir rumbo al mar! Pero esta vez venía preparada, traía conmigo mis dos amores: mi gran angular y mi macro. Así fue como pase el resto de la tarde conduciendo, y deteniéndome a tomar fotos, conduciendo un poco más y volviéndome a detener. Una y otra vez repitiendo el ciclo incansablemente hasta llegar a una pequeña playa donde me quite los zapatos y me puse a caminar hasta donde se acaba el mundo...

La verdad fue un día tan exquisito para mí (hice todo lo que me gusta hacer, conducir, cantar, ver llover, conducir bajo la lluvia, ver a un extraordinario artista comunicarse con su instrumento, leer, comer delicioso y tomar fotos). Siempre he pensado que la vida no se disfruta igual cuando la compartes con alguien, siempre he estado convencida de que en compartir tu tiempo se encuentra la esencia de la felicidad, pero después de este estupendo día, creo que aprendí algo. Algo que en realidad me da miedo, y es que puedo pasarlo tan bien sola…



domingo, 5 de junio de 2011

Luna


Tu luz no es cualquiera,

tu esplendor hipnotizante,

ciclo incesante.

Cuando más me faltas, más te añoro

bañando mi cuerpo

con tu luz cambiante

que me embruja las ideas.


Y aquí yacemos tu recuerdo y yo

cobijados por el mismo cielo estrellado

añorando el tenue resplandor

que tiñe mi piel de paz

con un dulce manto blanco.


En la obscuridad de la luna nueva,

sólo se escucha el silencio.

Tu recuerdo se vuelve precario,

y todo sentimiento, inútil y vacío.

Sólo queda una obsesión irrelevante

y un sentimiento condenado a muerte

que vaga en la ambigüedad de un genuino idealismo.


Enamorada de tu tenue ilusión,

no me queda nada más que esperar:

Esperar que los gatos dejen de hacer ese ruido estridente,

esperar que tu recuerdo se seque,

esperar que tu cambiante orden concertado

traiga a mí de nuevo la luz de luna llena.


No me explico el origen de esta esperanza

que me llena el corazón de una energía delirante

y me ilumina el rostro de una sonrisa

que aún no se desgasta de tanto usarla.