Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas.
Pablo Neruda

sábado, 10 de septiembre de 2011

Camino al infierno

Esta vez no voy a escribir del amor, la soledad, de las estupideces que me suceden en la vida y ni las que me pasan por la mente. Hace tiempo que me retumba incesantemente en la cabeza el montón de ideas que estoy a punto de expresar en este ensayo a modo de catarsis anímica, porque esta vez no puedo más y quisiera gritar de frustración, de desesperación y de impotencia.

Estoy harta de ver la realidad de mi País. Estoy cansada de leer los periódicos y escuchar las noticias al grado que llega el momento que quisiera callar los medios de comunicación, hacerme sorda, ciega, apática hasta lo más hondo. Olvidarme de pronto que todo eso existe y que la inseguridad, la pobreza, la corrupción y la resignación son el día a día para muchos mexicanos. Me pongo a pensar y me pregunto ¿cuántos más hay como yo? ¿Cuántos somos egoístas y pensamos solo en nuestra propia vida y en la de nuestros seres queridos? ¿Cuántos decimos “pero no esta tan mal”, “está igual que siempre”? Me parece inconcebible esta situación y aun peor la manera que todos tenemos de reaccionar ante ella. Es por eso que, aunque no cambie nada el hecho de expresarme aquí, quisiera hacerlo y me gustaría saber si mis palabras encuentran eco en algún sitio.

Me gustaría llegar a una conclusión a partir de un análisis de la psicología del mexicano. En la mayoría de los casos, el mexicano es humilde. Desafortunadamente no es en la totalidad de los mexicanos porque la sociedad va rumbo a la putrefacción gracias a la gente con dinero, a mis queridos empresarios. El hijo promedio del empresario es gente que se siente superior por manejar un carro tal o vestirse con una marca particular, o frecuentar los restaurantes más caros. Ese problema genera personas que mitigan su complejo de inferioridad con bienes materiales. Gente que se dedica a discriminar al resto de las personas (casualmente sus compatriotas), quienes desafortunadamente no tuvieron la suerte de nacer en una cuna adinerada; porque lo que diferencia a un “hijo de papi” de un “niño de la calle” es solo eso, pura probabilidad, suerte.

Pero seamos claros, no es la culpa de los “hijos de papi” el ser pedantes y tener poco cerebro, es culpa del sistema. El sistema ha creado seres así, la desigualdad social nos ha llevado a discriminarnos entre nosotros mismos. ¡Qué tristeza ver a una sola raza atacándose entre sí!

Imaginemos una situación hipotética donde “el hijo de papi” se diera cuenta que con hacer 10% menos de ganancia e incrementar en esa medida el sueldo de su proletariado contribuiría a la satisfacción de todos sus empleados y que eso probablemente le generaría una mayor producción. ¿Qué pasaría si cuando vas a un establecimiento público no te vetaran por llevar una falda amarilla o unos zapatos de Walmart y simplemente te valoraran como un consumidor como cualquier otro? Porque a final de cuentas vas a consumir y no a modelar, en principio. ¿Qué pasaría si nos consideráramos todos igualmente mexicanos? Si un día lográramos abrir los ojos y darnos cuenta que la realidad que vivimos está en esa condición porque nos empecinamos en diferenciarnos y no en unificarnos. Tal vez las cosas cambiarían (¿?).

Viendo a mi México desde afuera y desde adentro, objetivamente veo un país de gente que tiene algo muy particular, que no he podido sentir aun en otras culturas: el mexicano es ambicioso, siempre quiere más. Le encantaría tener una mejor casa, un mejor coche, una mejor vieja… Y ahí está lo que mueve al País, gente de piel bronceada con ganas de superarse en algún aspecto, económico, físico, social, etc.

¿Será posible que solucionar el problema del narcotráfico está en nuestras propias manos? Quisiera que alguien me contestara, ¿cuántos de nosotros estaríamos interesados en arriesgar a diario nuestras vidas por un trabajo bien remunerado? En caso de necesidad, yo creo que todos. Y para un mexicano ambicioso, con mayor razón. Justamente es ese el talón de Aquiles de México, por eso hay tanto narcotraficante. Si a un trabajador, el empresario le proporciona un sueldo respetable, acompañado de una situación laboral decente, no habría quien estuviese interesado en salir a robar, a matar, a traficar droga, a vender seguridad, a secuestrar, a meter cuerpos en tambos y prenderles fuego, a desaparecer mujeres, y así, una lista interminable de delitos todos fruto de una sociedad con un gobierno detestable que se dedica a enriquecerse a sí mismo y a sus empresarios y de paso a hacerle favores a su vecino del norte. Porque hay que reconocer que México está en esta situación por diversas causas y una, nada despreciable, es la demanda de droga por parte de la primera potencia mundial, los Estados Unidos.

Los mexicanos somos por naturaleza amables, despreocupados, alegres, pero esta naturaleza es hoy nuestro peor enemigo. Mientras cada uno estemos bien y no nos toquen a los nuestros, podemos seguir igual: trabajando más de cuarenta horas semanales a cambio de sueldos miserables, sin vacaciones y encima de todo sufriendo un pésimo sistema de transporte público, la inseguridad social que nos embarga 24/24 y 7/7, que no respeta ni sexo, ni clase social. Hasta hace algunos ayeres, la inseguridad sólo concernía a los adinerados, hoy en día nos toca a todos por igual, no hay distinción de sexo ni de edad. Encontramos igual mujeres desaparecidas que jóvenes asesinados o niños criminales.

Me parece un insulto y por demás insoportable el ver la cultura infinitesimalmente diminuta que nuestro gobierno nos proporciona a través de sus instituciones de docencia y medios de comunicación. Hay maestros que ni siquiera cuentan con una cultura suficiente para pronunciar o escribir la lengua oficial correctamente. Los libros oficiales enseñan lo mismo cada año. Y en la televisión lo único que se puede ver son las telenovelas que vienen en todas las presentaciones, para niños, para jóvenes, las cómicas, las dramáticas, las de ricos, las de pobres… Pero cuando se terminan las telenovelas, y uno no puede pensar que no puede haber algo peor, vienen los programas de comedia y los de chismes. Todos en doble y hasta triple sentido, con mujeres frondosas de largas cabelleras y pechos plásticos. La moda ahora es ver los videos de borrachos, el de “fua”, el de “tómala papa” y muchos otros que circulan reflejando nuestra realidad. ¿Es acaso esta nuestra cultura mexicanos? El alcoholismo reflejado en los videos de los cuales tanto disfrutamos es solamente un reflejo de la realidad que vivimos y que nos resignamos a no cambiar y pretendemos olvidar momentáneamente con alcohol y chistes. ¿Dónde quedó el guerrero azteca, el indígena sabio, el campesino sencillo y humilde? ¿Por qué nos empeñamos en dividirnos en nacos y fresas, en indígenas y criollos, en rubios y morenos, en pobres y ricos?

Haría falta una revolución, pero una revolución verdadera, un cambio de fondo, con líderes cultivados y desinteresados. Pero claro, quién va a tener las agallas para convertirse en ese líder si todos terminan con una bala en la cabeza. El problema es que ellos están solos, los dejamos solos, nos morimos de miedo y los dejamos morir literalmente. Nunca alzamos nuestras voces, nunca gritamos justicia, todos nos conformamos al final con nuestra pequeña vida, nuestro pequeño empleo y nuestra ínfima seguridad social.

Yo de verdad, me considero la persona más ignorante en términos de política. Leo los periódicos pocas, poquísimas veces a la semana, no sé de geografía o de historia, pero no se tiene que ser un gran economista o el estudiante más brillante de Ciencias Políticas para darse cuenta que hay algo que no funciona en la sociedad mexicana y que debe cambiar antes de que sigamos cavando el camino al infierno.