Inútilmente se piensa que la Danza no existe sin la Música. Sin embargo, yo nunca he estado más en desacuerdo con este prejuicio. La Danza es movimiento libre, arte en sí misma, independiente, bella por si sola. Anne Teresa de Keersmaeker en “La Espera” demuestra perfectamente que la Danza puede existir sin la Música, que la Danza tiene un ritmo propio y una belleza deliciosa. Danza necesita aire, necesita espacio, Danza es movimiento, expresión, evolución constante. Libertad de arrojo a la vida, sin ataduras, sin miedos.
Música es armonía, es matemática, es la repetición periódica de un ritmo. Música no se liberará jamás de un pentagrama. Hasta el mismo Jazz tiene sus reglas. Es increíble que al escuchar música tradicional de lugares tan distantes como el Caribe y África central, el sonido sea tan asombrosamente similar, prueba de las limitantes de Música. El Maractú, un estilo de Música brasileño, puede semejar otros, pero su Danza es algo propio que ha evolucionado más allá de la percusión en su ritmo.
Música tiene algo que a Danza le falta: una insuperable fuerza. Música es energía, es ondas acústicas que te penetran el alma para transmitirte un mensaje mágico. Es ingeniosas ondas que la Memoria no puede olvidar, no se escapan, la tonada te atrapa y te deja un sentimiento metálico como un tatuaje que no se borra con agua, ni con tiempo. Música encuentra inerme a Danza y en un instante le impregna el alma y el cuerpo como un embrujo alucinante que la lleva de la mano. Danza se vuelve ligera, flexible, fluida y se deja llevar por al corriente del rio del tiempo que Música le impone. El encuentro es tan espontaneo e intenso que Libertad se pierde en la curiosa melodía sin que nadie note su ausencia. Así sucede que la conjugación de Música y Danza resulta en una fusión explosiva y sinérgica, una mezcla de cultos que tiene como consecuencia una creación fantástica y sublime donde se establece una comunicación sutil, como si ambos hablaran en “bemoles” y “pas de bourrée”.
Pienso que en la vida somos Danza y Música, vagando aleatoriamente y probando alternativamente diferentes Músicas, diferentes Danzas. Tratando de acoplarnos a otros ritmos, a otros sones, intentando llegar a esa creación fantástica y sublime. Buscamos un ritmo con quien crear Armonía, como quien busca un sueño apasionadamente. Una Armonía que a mi gusto debería de ser como el Jazz, intentando siempre renovarse en una nueva melodía, una nueva tonada que evolucione sin descanso, infinitamente.